Quien defiende sus ideas ante y desde la nada, solo por el pasional torbellino de su verdad, esta mortalmente infectado por la insatisfacción de su condición de profeta no (auto)reconocido. Esta lamentable condición lo condena a una duda secreta, incluso para si-mismo.
Hay hombres que matan a través de terceras personas y son buenos. Hay otros que matan inconcientemente y son mejores. Hay quienes matan concientemente y son muy buenos. Pero hay los que matan a quienes aman: esos son los imprescindibles.
A través de una linda metáfora se pueden decir muchas estupideces, pero cuando la metáfora roza la perfección estética, su esencia estúpida desaparece, se convierte en la tierra que nutre al gigante de hojas verdes.
Algunos disfrutan echar sal a sus heridas y escarbar en ellas, mientras que otros prefieren mantenerlas a salvo de todo lo que incorpore algo asimilable al dolor a sus organismos. Ambos casos se apegan a la norma, a lo esperable, a la dicótoma eterna. El problema lo tiene aquellos que no se sienten a gusto ni viviendo el dolor ni evitándolo, ellos que solo saltan de un lado a otro buscando escapar de la inanidad que tarde o temprano los alcanza. Ni la pasibilidad del bien ni el arrebato místico del mal los calma. Ellos destruirán el presente, ellos construirán el futuro.